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Cuestiones Sobre el Lenguaje Corporal de tu Hijo

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¿Cómo saber cuándo tu hijo está preocupado?

 Es imprescindible interpretar adecuadamente la comunicación no verbal de tu hijo para saber cuándo está en un apuro, cuándo te oculta información, y cuándo está preocupado por algo.

 La admisión abierta

Aunque lo que más te preocupe sea saber si te está ocultando algo, es útil saber identificar el lenguaje corporal que utiliza cuando dice la verdad. Esto ayudará a evitar los malentendidos y, a su vez, limitará la cantidad o la frecuencia de acusaciones y confrontaciones innecesarias entre vosotros.

He aquí cinco formas que tu hijo tiene de decirte mediante su lenguaje corporal: “Te estoy diciendo la verdad y quiero que me creas”.

1 Contacto ocular intenso. Te hablará con seguridad porque sabe que dice la verdad, por mucho que ésta te desagrade. Cuando te hable, será capaz de mirarte a los ojos. Aun cuando pongas en duda sus palabras, él mantendrá el contacto ocular.

2 Ojos desmesuradamente abiertos. Instintivamente tendrá los ojos más abiertos que de costumbre en un intento de convencerte de que dice la verdad. Además, es probable que arquee las cejas y que arrugue ligeramente la frente, pues está resuelto a conseguir que le creas.

3 Buena postura corporal. Los gestos que denotan sumisión, como los hombros caídos y la cabeza gacha, estarán ausentes cuando tu hijo te diga la verdad. Tendrá los hombros echados hacia atrás, la espalda erguida y te mirará frente a frente. Su postura global reflejará su confianza en sí mismo.

4 Respuesta positiva. Cuando se dé cuenta de que le crees, tu hijo reaccionará de forma muy positiva. Mientras que un niño que miente probablemente exhale un suspiro de alivio cuando piense que te lo has tragado, la reacción de un niño que dice la verdad será de evidente placer.

5 Te abraza. No te olvides de que sigue siendo un niño pequeño y de que la mayoría de sus respuestas emocionales aún conservan su espontaneidad. Así que cuando le digas que le crees, puede que corra hacia ti para abrazarte, pues le

duele el hecho de que pudieras haber dudado de él y ahora acabas de despejar sus temores a este respecto.

Cómo reaccionar ante una dimisión abierta

La mejor reacción que puedes tener ante la sinceridad de tu hijo, aunque te disguste lo que te haya dicho, es mostrarte contenta y darle ánimo. Lo necesita para reforzar su conducta cuando ha hecho lo correcto. Dile lo contenta que estás con él por haberte dicho la verdad, que comprendes lo difícil que le ha resultado decírtelo, y que, haga lo que haga, quieres que siga diciéndote la verdad en el futuro.

Si lo que te ha dicho exige una respuesta activa de uno de los dos, aconséjale. Las soluciones que le ofrezcas serán bien recibidas por su parte, y os ayudarán a ambos a desarrollar la confianza mutua. Desde luego, puede que lo que haya dicho te haga enfadar; en tal caso, debes reprenderle, pero asegúrate de que tu reprimenda no sea tan severa como para disuadirle de ser sincero contigo la próxima vez. Intenta concluir siempre la reprimenda de forma positiva.

 La admisión parcial

La mayoría de las personas se ven involucradas en un incidente que son reacias a explicar por entero a otra persona. Tu hijo no es diferente a este respecto. Quiere darte la impresión de ser capaz e importante, con el fin de ganarse tu aprobación y tu confianza. Desde luego, no quiere sentirse desdichado por algo que ha ocurrido, y luego sentirse aún peor a raíz de tus críticas y tu desaprobación. Por ello, sólo te cuenta la verdad a medias.

He aquí cinco formas que tu hijo tiene de decirte mediante su lenguaje corporal: “Sólo te he contado una parte de lo que ha ocurrido porque me da un poco de vergüenza”.

1 Se queda con la boca abierta al terminar de hablar. Se trata de un gesto involuntario; inconscientemente desea continuar, pero se contiene. Por ello, se queda boquiabierto durante unos segundos, como si pretendiese seguir hablando. Incluso es posible que articule algunas palabras que no logres oír con claridad.

2 Se inquieta después de contártelo.  Puesto que no te lo ha dicho todo, está inquieto. Aunque esté sentado, se moverá mucho, cambiando de postura cada dos por tres. Ésta es una señal de su incomodidad.

3 Arruga la frente. Puede que arquee las cejas, que arrugue la frente y abra mucho los ojos. Éste es el tipo de expresión que suele corresponder a la incredulidad, y tu hijo la adoptará en aquellas ocasiones en las que sepa que no te está diciendo toda la verdad. Si lo hace, sabrás que quiere contarte más.

4 Permanece a tu lado. Cuando ha terminado de hablar contigo, lo normal es que vuelva su atención hacia otra actividad y, posiblemente, que se aleje de ti. Sin embargo, cuando tiene algo más que decirte pero es reacio a contártelo, puede que permanezca junto a ti, esperando a que le preguntes si algo le preocupa.

5 Tamborilea con los dedos de forma nerviosa. Cuando tamborilea con los dedos contra el respaldo de una silla o se golpea los muslos con las manos, es seguro que haya algo más que quiera decirte verbalmente. También es probable que te eche miradas persistentes para asegurarse de que está atrayendo tu atención.

Cómo reaccionar ante una admisión parcial

Lo más importante es recordar que tu hijo desea desesperadamente contarte su problema; la estrategia de ocultar información tiene como objetivo protegerle de una nueva fuente de angustia. Esto significa que no vas a conseguir nada poniendo en duda sus palabras. Por ejemplo, si dices: “Sé que me ocultas algo. Así que cuéntamelo todo” o “no intentes ocultarme nada, porque me enteraré tarde o temprano”, le obligarás a ponerse a la defensiva y a fingir no saber de qué le estás hablando.

Es mucho mejor abordar la situación con tranquilidad y comprensión, para que se dé cuenta de que si te cuenta toda la verdad no reaccionarás de forma negativa. Por ejemplo, puedes decirle: “Pareces preocupado; quizá te pueda ayudar en algo” o “a veces siento vergüenza por algo que ha ocurrido, pero cuando se lo cuento a alguien siempre me encuentro mejor”. Este tipo de comentarios le transmiten tu deseo de compartir sus emociones, creando así un ambiente que conduce a una comunicación sincera entre él y tú.

También es posible que las expresiones físicas de afecto le ayuden a relajarse. Rodéale con el brazo, o déjale que se siente en tu regazo, pues estos gestos le dicen que él es importante para ti, lo que puede ser suficiente para animarle a contártelo todo.

Escucha lo que te cuenta; de ser posible, aconséjale. Explícale que siempre quieres saber si algo le preocupa, y que, al hacerlo, se sentirá mejor. Una vez se dé cuenta de que te puede contar cosas difíciles y potencialmente preocupantes, sin despertar tu cólera o ganarse tu desaprobación, es posible que sea más

abierto contigo en el futuro. Desde luego, habrá ocasiones en que una revelación suya merezca algún tipo de castigo, ya que se ha portado mal. Pero asegúrate de que sepa que, a pesar de todo, estás contenta porque ha sido directo y sincero contigo, por mucho que te desagrade lo que te acaba de decir.

Woolfson, Richard: El lenguaje corporal de tu hijo. Cómo entender la comunicación no verbal de los niños, Paidós, 1996, pp. 97-102
Clasificación 153 W66

BULLYING

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BRAVUCONES Y AGRESORES

La mayoría de los padres y madres aprecian la necesidad de que los niños muestren cierto grado de agresividad, pero ninguno admitirá que su hijo es un pequeño matón. Esto se debe a que una persona así resulta desagradable en todas partes; es alguien que obtiene placer de un deseo consciente de herir y amenazar a otra persona.

Resulta difícil imaginar que los niños pequeños sean capaces de ser bravucones o agresores. No obstante, hemos visto que en las escuelas infantiles se puede generar gran cantidad de agresividad. Se podría decir que esta conducta agresiva y bravucona ha sido vivida en el hogar, o que el niño ha estado expuesto repetidamente a ella en TV y esto se ha convertido en un comportamiento aceptable.

 Los maestros y cuidadores de niños pequeños rechazarán con frecuencia  a los que acusan a los bravucones; les aconsejan no ser asustadizos y responden con observaciones tales como: “¡Te lo habrás merecido!”. Esta forma de aprobación tácita a la conducta del bravucón refuerza su estilo de relación con los demás.

 Es difícil identificar a los bravucones y decidir qué puede haber generado su conducta, pero sabemos que tolerar la conducta agresiva en un niño pequeño, junto con la indiferencia y la falta de atención de sus padres, es un factor importante. En general tienen conductas asertivas y agresivas que no controlan. Son incapaces de apreciar los sentimientos de su víctima, carecen de cualquier sentimiento de culpa, y alegan que la víctima se merece ese trato. No obstante, no se pueden estereotipar con facilidad. Algunos tienen un buen rendimiento académico y parecen bastante seguros y felices.

 Tampoco sus víctimas son siempre débiles, pequeñas y tímidas, pero sí son personalidades muy vulnerables con dificultad para resistir los ataques físicos o verbales. En general tienen pensamientos negativos acerca de sí mismos, poseen un bajo nivel de autoestima y sentimientos de ineptitud y desamparo. Después de largos periodos de sufrir a los bravucones, se pueden volver suicidas. Generalmente sus notas son bajas y se muestran ausentes gran parte del tiempo; pueden parecer deprimidos o tener inexplicables estallidos de agresividad.

 Es importante identificar a matones y víctimas tan pronto como sea posible. Y adoptar alguna forma de acción. Se deberían tratar los pequeños incidentes antes de que aumenten hasta provocar una situación grave. La agresión en los niños pequeños puede ser algo más que una mera autoafirmación y si se les permite actuar de un modo deliberadamente dañino, lo más probable es que se conviertan en delincuentes. Cuando un niño es objeto del acoso por parte de los bravucones, puede sufrir graves problemas psicológicos.

 Cuando se trata con estos pequeños matones es bueno pensar que también ellos son víctimas. En general son muy inseguros y tienen una percepción distorsionada de sí mismos y de los demás; pueden no ser capaces de relacionarse con sus compañeros.

 Las bandas de bravucones y matones existen debido a que sólo pueden conectar con sus compañeros mediante esa conducta. No tienen modos alternativos de verse a sí mismos relacionándose con los demás. Sus víctimas, desde los típicos empollones hasta los que no triunfan en los deportes, pueden llegar a resignarse a este martirio.

 A menudo, el bravucón siente que no encaja. Puede aislarse; puede tener dificultades de aprendizaje que hayan pasado desapercibidas; los adultos significativos de su vida también pueden ser bravucones.

 Una parte crucial de cualquier intervención debería ser la acción directa. Cuando el matón y la víctima se hacen conscientes de que esa conducta no se aprueba, desaparece el miedo de la víctima y el bravucón también se ve liberado de su posición. La tranquilidad que sienten tanto el bravucón como la víctima cuando es otra persona quien controla la situación, es un requisito previo para el éxito de cualquier programa de tratamiento.

 Se debería hablar por separado tanto con el bravucón como con la víctima. Al tratar con ellos es importante tener muy claro que la finalidad es ayudarlos a verse a sí mismos de otra manera: los adultos están para reforzarles, no para añadir leña al fuego. Es muy fácil fomentar la imagen del bravucón y relacionarse con él de un modo agresivo; más fácil aún es tratar a la víctima como tal con la esperanza vana de despertar su reafirmación personal.

 El bravucón no logrará de inmediato tener otra percepción de la víctima o del modo en que se produjo el acoso. Tenderá a mantener su autoimagen como prepotente. Aún así, el adulto debería ser firme en que esa actitud no va a ser tolerada.  No debería intentar analizar un episodio del acoso, ya que esto sólo logrará reproducir la escena.  El mensaje debería ser sencillamente que esa conducta no es aceptable. Se deberían indicar los límites con claridad, sin forma alguna de discusión. Él está dándose cuenta de que el adulto tiene el control.

 No obstante, esto será totalmente ineficaz si no se acompaña de alguna forma de aceptación del niño como persona. Es posible que el agresor no haya sido consciente de que su conducta afectaba al otro niño,  o que no gustaba a la gente por tener esa actitud; puede no haberse dado cuenta de que se pensaba en él como alguien que posiblemente algún día sería periodista, que podría escribir, ser un excelente crítico deportivo, etc. Si sabemos que jugó bien representando a la escuela la semana pasada… le preguntaremos si jugará el sábado. Así es como se le debería hablar.

 Se debe concluir con una nueva expresión de la declaración inicial de principios: la bravuconería no será tolerada. Hay que asegurarse de que él entiende lo que queremos decir, en términos precisos y relacionados con el episodio  más reciente. La entrevista debería terminarse con un matiz de firmeza, justicia y, sobre todo, confianza. Revelar esa conversación con él a cualquier otra persona sería destruir la confianza que el alumno puede haber comenzado a poner en los adultos.

 La víctima debería sentir que ha encontrado en nosotros a alguien que escuchará y sentirá al unísono con ella. A través de nosotros se sentirá apoyada al saber que la escuchamos y no la ignoramos. No podemos pedir que se comporte de un modo ajeno a su naturaleza. Tenemos que comprender y ayudar de un modo más directivo. Lo que debemos hacer es ayudarle a pensar de un modo diferente sobre sí mismo y su situación, ayudarle a reestructurar sus percepciones. Los incidentes que han ocurrido en el pasado no deben pasar de ahí. Hay que ayudar al niño a pensar por qué el bravucón se comporta del modo en que lo hace; la víctima debe ser ayudada a apreciar que, con mucha frecuencia, la única razón para que le ataque es divertirse.

 Los agresores y las víctimas son víctimas de una percepción distorsionada de sí mismos. La clave del éxito es tratar a los dos como víctimas. Ambos necesitan directrices claras para establecer quién está al mando. Ambos necesitan saber que alguien está interesado en sus asuntos. Ambos necesitan percibirse a sí mismos de manera diferente y sacudirse su imagen establecida.

 Si vemos al bravucón como alguien que pretende dañar a los demás, tendremos dificultad para verle como una víctima. Es necesario tratar a ambos como víctimas, y acercarse a ellos de un modo regulador y aceptable. Si se tiene intención de castigar al bravucón y tranquilizar a la víctima, se descubrirá que se está fomentando el problema que se desea eliminar.

 Examinemos nuestra intención en todo momento en que tratemos con un niño agresivo. Recordemos que se puede prever con seguridad una reacción agresiva cuando el niño perciba injusticia, inconsistencia o desigualdad. Se reflexionamos sobre nuestras actuaciones y sentimos de verdad que encajan con los intereses del niño, los episodios de agresión disminuirán de modo gradual.

 Train, Alan: Niños agresivos ¿Qué hacer?, Alfaomega, 2003, pp. 50-54. Clasif. 155.232 T73