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La autoestima

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Desarrollar una actitud basada en el «yo puedo» y una sólida confianza en uno mismo.

La confianza en uno mismo no surge de forma automática, no es algo innato. Se debe enseñar y aprender. Existen cuatro pasos que puedes seguir par ayudar a tu hijo a desarrollar una autoconfianza positiva. El primero y más importante consiste en demostrarle que crees en él y le quieres por ser quien es, no por lo que hace. El segundo se basa en enseñarle a plantearse el tipo de expectativas que le obligan a enfrentarse a nuevas experiencias, siempre que estén dentro de sus posibilidades de conseguirlas. Una amplia parte de las creencias de tu hijo se desarrolla de forma interna, por ello, el tercer paso consiste en potenciar un diálogo interior positivo que alimente una sólida confianza en sí mismo. Con el último paso debes tratar de hacer que tu hijo sea consciente de que, una vez que haya desarrollado una actitud basada en el «yo puedo», sus posibilidades de éxito serán ilimitadas. A continuación se enumeran los cuatro pasos fundamentales para inculcar a tu hijo una confianza positiva en sí mismo:

Primer paso: transmítele tu fe en él; dile: «Confío en ti».

Segundo paso: plantéale expectativas que aumentes sus posibilidades de éxito.

Tercer paso: fomenta unas sólidas creencias internas.

Cuarto paso: ayúdale a desarrollar una actitud basada en el «yo puedo».

Evita el uso de etiquetas negativas sobre tu hijo, tanto si estás a solas con él como ante los demás. El hecho de etiquetar a los niños con términos como tímido, tozudo, movido o patoso puede disminuir su autoestima.

No dejes nunca que nadie etiquete a tu hijo. Etiquetar no es bueno; sin embargo, puedes convertir una etiqueta negativa en positiva de forma inmediata. Etiqueta negativa: «Tu hijo es tan tímido». Etiqueta positiva: «En absoluto; es un gran observador».

Evita las comparaciones. No compares nunca a tu hijo con otro niño, sobre todo con sus hermanos. «¿Por qué no te parecerás más a tu hermana? Es siempre tan cuidadosa…En cambio tú eres tan vago…». Las comparaciones pueden dañar la individualidad del niño y hacer que se sienta menospreciado.

Deja de utilizar etiquetas genéticas. Las etiquetas pueden limitar la visión del niño sobre sí mismo. «Eres tan vago como tu tío». «Serás tan malo en matemáticas como lo fui yo». «Has salido a tu tía Sue; eres tan tímida como ella».

Convertir los mensajes «tú» en mensajes «yo». Cuando estás disgustado con la conducta de tu hijo, es importante que manifiestes tu desacuerdo empezando el mensaje con el pronombre yo en lugar de hacerlo con el pronombre tú. Date cuenta de que el simple hecho de cambiar el tú por el yo convierte el mensaje crítico y sentencioso del padre, en otro basado en la desobediencia de Jenny y no en sus valores.

Mensaje «tú»: Pareces una llorona. Nadie te querrá si no paras de lloriquear.

Mensaje «yo»: No me gusta que llores porque a la gente no le gusta estar con lloronas.

Separar al niño de su comportamiento. El padre de Jenny le dijo que dejara de lloriquear, pero nunca le sugirió que se expresase de otro modo. Además, la menospreciaba mediante la comparación: «Ninguna de tus hermanas se comporta así». La disciplina correcta debe ayudar a los niños a aprender de los errores, reconocer las consecuencias y descubrir cómo mejorar las malas conductas, protegiendo al mismo tiempo el concepto que tienen de sí mismos. El mensaje correctivo debe comunicar a Jenny que su conducta es errónea y qué tipo de comportamiento espera su padre de ella. Y se debe centrar sólo en su conducta, no en ella.

Crítico:  Deja de lloriquear. Ninguna de tus hermanas se comporta de este modo.

Correctivo: Quiero saber qué piensas, pero dímelo sin lloriquear.

Planteándote las cuatro preguntas que exponemos a continuación podrás comprobar si los objetivos que formulas a tu hijo le ayudan a desarrollar sus capacidades sin disminuir, de forma involuntaria, sus valores. Las cuestiones hacen referencia a cuatro importantes criterios en función de los cuales se debe esperar lo siguiente:

Desarrollo apropiado. «¿Tiene mi hijo la madurez necesaria para realizar lo que le pido, o le estoy forzando más allá de su reloj biológico?». Es importante aprender qué es lo adecuado a una edad determinada, pero también que las reglas del desarrollo no son sagradas e inamovibles. Siempre es mejor comenzar desde el punto en el que se encuentra tu hijo.

Realismo. «¿Son justas y realistas mis expectativas, o espero demasiado?». Las expectativas realistas llevan a los niños a apuntar más alto, sin empujarles más allá de sus capacidades. Debes evitar fijar modelos demasiado altos. Si pones a tu hijo en situaciones que son claramente difíciles, aumentarás su riesgo de fallar o de disminuir sus sentimientos de aceptación.

Adaptación al niño. «¿Comparte mi hijo mis expectativas o sólo forman parte de mis deseos?». Todos queremos que nuestros hijos sean personas de bien, pero debemos obrar con cautela para evitar el planteamiento de objetivos que sólo estén basados en nuestros propios sueños.

Adaptación al éxito. «¿Acaso mis expectativas le transmiten a mi hijo que creo que él es responsable, digno y que puedo confiar en él?». Los objetivos efectivos animan a los niños a dar lo mejor de forma que puedan desarrollar una gran confianza en sí mismos.

Ayudar a un niño a romper con el hábito de utilizar un diálogo interno negativo no es cosa fácil. Del mismo modo que intentamos erradicar una costumbre, necesitamos ser constantes en nuestros esfuerzos para ayudar a nuestros hijos a modificar su conducta. Y eso requiere un período mínimo de tres semanas.  A continuación presentamos seis ideas que los padres de José utilizaron para ayudar a su hijo a desarrollar una imagen más positiva de sí mismo y disminuir su diálogo interno negativo.

Modela un diálogo interno positivo. Una vez que supieron que los niños aprenden más del diálogo interno que del que mantienen con los demás, los padres de José comenzaron a transmitir, deliberadamente, mensajes positivos en voz alta para que su hijo pudiera oírlos. Un día su madrastra dijo: «Me encanta la receta que he hecho hoy. Me ha salido muy bien.» Ese mismo día, su padre comentó: «Estoy contento porque hoy he hecho todas las tareas que había planeado». Al  principio se sentían extraños alabándose a sí mismos, pero cuando se dieron cuenta de que su hijo también lo hacía consigo mismo, se despejaron todas sus dudas.

Desarrolla un eslogan familiar basado en el «yo puedo». Cada vez que alguien de la familia de José decía «no puedo», los demás miembros familiares le repetían: «El éxito se obtiene con «puedos», no con «no puedos». Este sencillo eslogan se convirtió en un modo efectivo de ayudar a los miembros de la unidad familiar a pensar de forma más positiva.

Señala los comentarios negativos. Los padres de José se inventaron una señal secreta, consistente en tocarse la oreja, cada vez que alguien realizaba un comentario negativo en público. El objetivo era recordarle a José que estaba prohibido hablar de forma negativa.

Enfréntate a las opiniones negativas. Los padres de José le animaban discretamente a rebelarse contra sus opiniones negativas. Comenzaron explicándole cómo tenía que enfrentarse a su voz negativa de la conciencia. Su padre le contaba. «Recuerdo cuando iba al colegio. En ocasiones, justo antes de hacer un examen, escuchaba una voz dentro de mí que decía: «Esta materia es difícil. No lo sabrás hacer bien «. Odiaba esa voz, porque me hacía perder la confianza en mí. Pero aprendí a responderle. Me limitaba a decir: «Soy un buen estudiante. Lo haré lo mejor que sepa. Y si lo hago del mejor modo que sé, me saldrá bien».

Convierte lo negativo en positivo. La familia estableció una regla  para combatir lo negativo: «un negativo es igual a un positivo». Cada vez que un miembro de la familia hacía un comentario negativo, se veía obligado a convertirlo en algo positivo. Si José comentaba: «Soy muy estúpido», sus padres le animaban a decir algo positivo: «Soy realmente muy bueno deletreando». El cumplimiento estricto de la regla fue disminuyendo gradualmente el uso de sentencias negativas por parte de José.

Recuérdale constantemente que se mande mensajes positivos. El último paso que dieron los padres de José consistía en recordarle que se autoalabase cuando lo mereciese. El día que llegó a casa con una buena nota en la prueba de escritura, su madrastra la dijo: «José, hoy has hecho un buen trabajo. ¿Te has acordado de decirte a ti mismo qué magnifico examen has realizado?». Tras haber jugado un partido de fútbol, su padre le dijo: «Hoy has hecho un buen saque de banda, José. Espero que te felicites porque estoy seguro de que lo mereces». José tardó un tiempo en acostumbrarse a utilizar esta técnica puesto que le incomodaba, pero poco a poco fue sintiéndose mejor y fue eliminando sus modelos de pensamientos negativos.

Una de las capacidades más importantes que padres y profesores pueden enseñar a los niños consiste en grabar sus propios progresos, de forma que puedan  ver lo que han conseguido. A medida que vayan adquiriendo conciencia de ellos, su confianza en sí mismos no hará sino aumentar. Las actividades que presentamos a continuación contribuyen a la construcción de actitudes fundamentadas en el «yo puedo», mediante la grabación y valoración de los progresos y logros efectuados por parte de los niños.

Grabar los progresos. Haz que, todas las semanas, tu hijo grabe sus progresos académicos en una cinta de forma que pueda «oír hablar» de sus habilidades. Es suficiente que la grabación de cada sesión sea de un minuto o poco más, y los temas sobre la misma pueden ser muy variados: poesía, el pasaje de un libro o su opinión sobre el mismo, palabras deletreadas, o incluso una entrevista con un amigo.

Realizar un álbum con los mejores trabajos. Compra un portafolios, cuanto más resistente mejor, en una papelería; también te servirá una caja. Cada semana, pídele a tu hijo que elija el trabajo escolar del que se sienta más orgulloso y colócalo en el portafolios. Luego, observad juntos el anterior trabajo y comparadlo con el presente para que él pueda ver sus progresos.

Poner un tablón de anuncios. Pon un tablón de anuncios para que tu hijo pueda exponer sus mejores trabajos. Pon fecha a esos trabajos y colócalos en el tablón por orden cronológico. Así, tu hijo podrá comparar de forma inmediata el último trabajo que hizo con el que está realizando en la actualidad. Esta idea resulta particularmente efectiva si ayudas a escoger a tu hijo los trabajos de la misma materia, por ejemplo: elegir uno de entre todos los ejercicios de multiplicar o de los de escritura.

Comenzar un diario de objetivos. Dale a tu hijo un diario o un cuaderno nuevo. Anímale a anotar sus logros de forma regular. Para los niños pequeños es mejor que hagas un dibujo o una foto de los logros y lo pegues en un álbum de recortes.

Hacer una cadena de papel. Ten a la mano un amplio surtido de cartulinas de colores cortadas en trozos de dos centímetros y medio por veinticinco centímetros. Cada vez que tu hijo haya logrado algo especial, escríbelo en una de las tiras. Une el extremo de la tira con el de la anterior para ir formando una cadena. Sigue alargando la cadena y cuélgala en la habitación de tu hijo como prueba de su éxito.

Reflexiones finales sobre cómo aumentar la autoestima positiva

Si pudieras dotar a tu hijo de una cualidad que aumentase sus posibilidades de llevar una vida plena, con significado y de éxito, ¿qué cualidad elegirías?

Los resultados obtenidos por los expertos confirman que la mejor cualidad sería la autoestima positiva. Es posible que ningún otro elemento tenga un poder tan importante como el de la confianza en uno mismo, a la hora de determinar el calibre de la productividad, fuerza interior, satisfacción, competencias, objetivos para alcanzar, relaciones interpersonales y logros de nuestros hijos.

Como padres, tenemos la oportunidad diaria de reforzar la fe en sí mismos de nuestros hijos. Nuestras expectativas sobre ellos, nuestras reacciones y palabras para con ellos, pueden darles nuestro voto de confianza o echar por tierra sus valores. Quizás ésta sea una de las preguntas más importantes que deberíamos hacernos cada noche: si actualmente las creencias de mi hijo se basan sólo en mis palabras y acciones, ¿cuál será su opinión sobre sí mismo como ser humano?

Nuestra respuesta debe mostrarnos cómo relacionarnos con el niño día tras día.

Extraído de: Borba, Michele. La autoestima de tu hijo. Consejos para darle la seguridad, el cariño y el apoyo que necesita. Paidós, Barcelona, 2001.

Clasificación: 158 B67

ESPACIOS PARA BAILAR, PARA DESCANSAR, PARA JUGAR Y, TAMBIÉN, PARA LEER

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¿Qué? La actividad lectora, para que sea agradable, necesita de un entorno adecuado para producirse. No es necesario que reúna unas condiciones de gran sofisticación, pero sí unas mínimas de comodidad y adecuación a las necesidades del niño.

 ¿Por qué? Si no ofrecemos estas mínimas condiciones, quizá la actividad no se desarrolle correctamente simplemente por incomodidad. Ello puede hacernos pensar que no se trata de una actividad que agrade al niño, cuando de hecho puede ser que simplemente no le guste el lugar.

 ¿Cómo? En casa, en las bibliotecas, espacios pensados para que el acercarse al libro para hojearlo, para tocarlo, para escogerlo sea posible, y la actitud para leerlos pueda ser abierta y libre.

 ¿Cuándo? Cada día, y en ocasiones especiales pueden crearse espacios también especiales.

 Precauciones: No es necesario que invirtamos gran cantidad de recursos en crear estos espacios. Simplemente con algo de sentido común e ingenio podemos conseguir que el niño vaya construyendo, él mismo, este espacio. Lógicamente, si desea leer en otros espacios, deberá poder hacerlo.

 Los espacios hablan: cada espacio nos sugiere una actividad, un estado de ánimo, e incluso una manera de estar, de hacer. Nuestros hijos, también tienen espacios destinados a cada cosa, tanto en casa (o al menos así lo pretendemos, aunque luego el desorden general pueda desdibujarlo ligera o totalmente, depende del tiempo que haga que no podemos orden) como en los espacios públicos.

 En fin, los espacios hablan, y cuando los creamos tienen intención. Para que luego sean utilizados con el fin que los habíamos creado, deben darse toda una serie de circunstancias, pero lo que está claro es que, si no los creamos, seguro que aquello que pensábamos que sería interesante que pasase, no pasará.

 ¿Se pueden crear espacios para leer? Sí, claro, y además es bueno hacerlo si pretendemos que en nuestra casa esta actividad sea una entre tantas. Estamos hablando de niños de dos años. Por lo que, de entrada, deberemos tener en cuenta las dificultades que esto entraña en cuanto a su pequeño tamaño. Muchas veces los libros se encuentran dispuestos en bonitas estanterías junto al osito más espectacular y una fotografía. Esta estantería, pensada más para decorar que para ser utilizada, generalmente se encuentra a una altura a la que el niño, e incluso al adulto le es difícil de llegar. Si, aparte de decorar o crear ambiente pretendemos que los libros se lean, se hojeen, se huelan, se amasen, deberemos ponerlos más a mano, o, simplemente, a mano.

 Lo único que tenemos que hacer para crean un espacio lector en las casas es tener una caja (mucho más fácil buscar dentro de una caja que no en una difícil estantería, en la que si mueves el libro del medio se te viene todos abajo) con todos los libros, excepto los de la biblioteca, que con ellos sí debemos tener especial cuidado. Si tenemos muchos, mejor los alternamos, como hacemos con los juguetes, para que el proceso de escoger sea más sencillo y para que, una vez conocido a fondo, podamos sacarnos un as de la manga: ahora otros. En cada lote, que haya de todo: diferentes ilustraciones, libros de conocimiento y de imaginación, libros de cocina sencillos, algún libro de poesía…, cuanto más variado mejor. Este cajón está lleno siempre de sorpresas. El niño ya sabrá qué hacer con un libro y buscará un espacio para mirarlo. Si tenemos una mesa pequeña, para que nuestro hijo pueda realizar actividades plásticas, bien. Si tenemos una alfombra, también. Si tenemos una cama con unos almohadones apropiados, o un pequeño sofá tamaño niño de tres años, o… Cualquier sitio está bien. Se puede leer en cualquier sitio y, además es bueno que así sea. No llenemos el espacio con objetos para la lectura: aparte de libros no necesita nada más, y ésa es una de las gracias que tiene.

 Si nos empeñamos en comprar cosas para que lea, excepto libros, nuestra exigencia para que utilice el espacio de forma correcta será mayor, y aquí ya la liamos. “Niño, siéntate bien, siéntate allí, que es para eso”. Un acto libre pasa a tener tantas normas que ya no lo vemos como tal… y quizá esto, a la larga, nos traiga problemas. Fácil, no: el espacio de lectura únicamente requiere de unos cuantos libros. Si nos han visto utilizarlos, ellos sabrán cómo hacerlo. Simplemente, se trata de zambullirse en ellos: cada brazada es el paso de una página a otra. Y si una no te gusta, la pasas haciendo el muerto, y si te gusta mucho te quedas en ellas haciendo submarinismo. Puede ser que lo empieces al revés (cosa rara, porque con las ilustraciones de los libros para estas edades queda muy claro cómo va) o que te saltes una página: no pasa nada, todo va bien. Nuestro hijo también tendrá momentos de lectura más organizada los ratos que,  igual que jugamos con ellos a hacer torres de piezas de madera, juguemos con ellos a leer, o a leerles.

 Cuando sean algo mayores, los niños ya podrán tener los libros en estanterías, siempre a su alcance, y más mayores aún en la mesilla de noche el que se está leyendo en aquel momento y en estanterías más inaccesibles aquellos ya leídos. Pero no hace falta preocuparse. Llegados a este momento, ya serán ellos los que se arreglen en su habitación: si, finalmente, les gusta leer en la cama, nos pedirán más luz en la mesilla de noche, si prefieren leer en su mesa, ya se espabilarán para sacar los cinco mil trastos que generalmente la ocupan. Ellos empiezan a ser dueños de su espacio, y lo disfrutan en la medida en que les dejemos que lo organicen.

 En algunas bibliotecas, existen áreas especialmente pensadas para los más pequeños. Pero estos espacios pre-lectores en algunas ocasiones no se utilizan para aquello que fueron pensados. Los padres, más bien madres, aprovechan para hablar entre ellas y sólo en situaciones muy críticas intervienen en el panorama general que no tiene nada que ver con la lectura.

 El niño, a esta edad, nos sigue necesitando para muchas cosas, entre ellas aprender para qué y cómo se utilizan los espacios públicos: en los columpios se hace cola, en las escaleras de los toboganes no tiramos de la falda de la niña de delante para que se caiga y podamos bajar nosotros antes, en un espectáculo de títeres debemos estar sentados para dejar ver a los niños de atrás, y en una biblioteca la actividad básica es estar con los libros. Lo que queda ahora ya es responsabilidad del adulto. Y no es más trabajo para nosotros, sino que es un espacio de relación diferente que, seguro nos reportará muchas satisfacciones. Otra responsabilidad que adquirimos, pero mucho más agradable, y diría que igualmente necesaria, que enseñarle que las acelgas son un plato delicioso. Vayamos a las bibliotecas a disfrutar de nuestros hijos, no a descansar de ellos. Es fantástico.

 Corresponde a los padres el trabajar por los hábitos que deben adquirirse en familia. Dentro de éstos, y de la misma manera que está el de lavarse los dientes como mínimo una vez al día, comer fruta como mínimo dos veces al día, beber medio litro de leche al día… debería estar, también el de leer algo cada día. Los hábitos, generalmente, se trabajan con el ejemplo: a niño puedes decirle que se lave los dientes porque tú también lo haces, y él lo ve. O simplemente al sacar el frutero a la mesa ya se entiende que ha llegado el momento de comer fruta. Con la lectura, ofreciéndola todos los días de forma natural y disfrutando todos de ella, nos es mucho más fácil fomentar el hábito lector en las casas que en las escuelas, más preocupadas por las habilidades que no por los hábitos.

 ¡Ah! Y si sus hijos no leen, no se preocupen, seguro que harán multitud de actividades también muy interesantes y, más tarde o más temprano, el día que encuentren el primer libro de su vida, ya nunca abandonarán la posibilidad de leer.

Reyes Camps, Lourdes: Vivir la lectura en casa, Editorial Juventud, 2004, España, pp. 76-84.
Clasificación: 372.41 R49